Relato muy cortito donde intento retomar mi interés por volver a escribir. Veremos...
Curtleos Evans necesitaba hacer esa llamada. Sabía que la
última vez había fallado a los Tutts, y que por ese incidente perdió cuatro de
los cinco dedos de la mano derecha, además de una fea cicatriz en forma de ele
perfilada de manera irregular e indeleble en la mejilla izquierda, cerca del
ojo.
De alguna forma, tenía que volver a hacer encargos para los
gemelos. Era su solución a sus males económicos actuales. Llevaba dos meses sin
pagar al casero, y este le había comunicado que al día siguiente ya lo echaba
del diminuto y repulsivo piso donde vivía alojado en el último semestre.
Miró a través del vidrio cuarteado de la ventana del
dormitorio. Su respiración se esparcía por el aire formando bocanadas que
reflejaban la ausencia de calefacción con una temperatura de cuatro grados
centígrados bajo cero. El dueño del edificio ya había anticipado su salida,
cortándole la electricidad, el suministro de agua y la línea telefónica. Por ello
usaba una linterna de petaca para manejarse por el interior de su precario
hogar.
Abajo, en la misma esquina de la calle, estaba la cabina de
teléfono. La nieve cubría toda la superficie. Llevaba todo el día y la noche
nevando con cierta intensidad. El grosor de la misma acumulada sobre la acera
era de unos quince centímetros. Fresca y mullida, por no ser una zona muy
recomendable de ser transitada, y menos a partir de la puesta del sol invernal.
Una farola de estructura metálica herrumbrosa y con el foco
carente de cubierta, ofreciendo la desnuda bombilla descomunal en tamaño su
lúgubre iluminación amarillenta, proyectaba su halo en las cercanías de la
cabina. Desde la distancia de su vivienda, se apreciaba el vandalismo
practicado en la cabina. No quedaba ni un solo cristal entero, además de los grafitis
más indecentes y de nula calidad artística estigmatizaban el mobiliario urbano
con diversos tonos de pintura barata en espray. A pesar de semejante estado,
seguía en funcionamiento, porque Curtleos apreció la silueta de una persona en
su interior. Igualmente las pisadas formadas sobre la nieve conducían desde la
lejanía de la calle hasta la cabina.
Apremiado por la necesidad de encontrar recursos económicos
humillándose ante los Tutts, se colocó el abrigo y salió de casa, bajando las
escaleras con presteza. Al llegar a la calle, se dio de cuenta que las viejas
zapatillas deportivas de pana iban a humedecerse con la nieve y que en escasos
minutos iba a sentir un frío del demonio en los pies. Le dio igual. Estaba
desesperado por hacer la maldita llamada. Eran las doce de la noche, y sabía
que cualquiera de los Tutts estaría espabilado, en plena orgía con fulanas de
cierta categoría. Tan solo rezaba porque no le colgaran nada más reconocer su
voz. Disponía de lo justo para realizar una única llamada. Siguió el recorrido
de las pisadas impresas en la nieve por la persona que había estado usando el
teléfono público.
Para su contradicción, al llegar frente a la cabina, el
individuo continuaba en su interior, ofreciéndole la espalda.
Era un hombre calvo, de mediana estatura. Vestía un abrigo
negro que le llegaba hasta los talones.
- ¿Tiene para mucho rato, tío? – le preguntó sin tapujos
Curtleos.
El hombre estaba apoyado contra la caja del teléfono.
Curtleos reparó en el teléfono que colgaba por el cable enrevesado, casi tocando
el suelo de la cabina.
- Dios.
Curtleos maldijo su suerte. Estaba claro que le había dado
un ataque al corazón o algo similar y estaba muerto.
Echó un paso atrás.
Desde el micrófono del receptor llegaba el tono de línea
ocupada.
-Diantres. ¡Joder! ¡Ya vale de fastidiarme la puta vida,
Jesús de los Cristianos! – farfulló Curtleos, harto de ser el saco de boxeo
donde confluían todos los golpes.
Estaba pensando en cómo diablos mover el cadáver, para
entrar en la cabina, cuando el rostro de aquel hombre desconocido se volvió,
mirándole.
- Joder – Curtleos se llevó un susto que le hizo de perder
el equilibrio, cayendo de espaldas sobre la nieve.
Los ojos del hombre estaban en blanco. Sus labios agrietados
y sangrantes se separaron mínimamente, mientras su lengua pálida se agitaba en
la cavidad bucal, conformando palabras:
- La línea está muerta, muchacho. Desde hace tiempo. Para
que vuelva a funcionar, necesita el usuario apropiado. ¡Ja! ¡Y ese eres tú!
¡Maldito descreído!
Curtleos quiso incorporarse, pero no pudo.
Su vista quedó nublada. Los músculos no respondían a las
directrices mandadas desde su cerebro para mover sus extremidades.
Repentinamente, cerró los ojos, quedando tumbado encima de
la nieve de medio lado.
Pasaron escasos segundos.
Cuando se reincorporó, encontró echado a su lado el cuerpo
sin vida del hombre de la cabina.
Lo miró con cierta despreocupación. Se rió, satisfecho.
- Te llamas Curtleos. Qué nombre más ridículo – musitó con
voz resquebrajada por la adicción al alcohol. Se contempló las manos, en
especial la derecha. – Vaya desastre de
cuerpo. Con un solo dedo, como mucho podré limpiarme los mocos de la nariz – se
dijo, riendo ahora con más estruendo.
Se dio la vuelta y se alejó de la cabina. Avanzó por la
calle, dejando atrás el bloque de pisos donde había vivido hasta ese
instante el antiguo propietario del cuerpo, convencido que tendría que
encontrar pronto otro de muchísima más calidad.